Debemos vivir en condiciones dignas, o sea en casas de madera

2022-08-20 04:09:20 By : Mr. Tim Su

*Ingeniero forestal y doctor en Ecología. Estudia la relación entre política forestal, ordenamiento territorial y el uso sustentable del bosque andino en el Inibioma/Conicet y la UNC.

Camino a una catástrofe climática anunciada pero ignorada casi todos, discutimos cómo deberíamos vivir sin hacer mucho por cambiar nuestra realidad. Como forestal, las palabras de nuestro presidente sobre lo indigno de vivir en una casa de madera no me sorprenden, y creo que no deberían sorprender a mis colegas, ya que compartimos una cultura con raíces en el mediterráneo Europeo. La mayoría de los profesionales del sector forestal vive en casas de material, a pesar de conocer lo que implica desde el punto de su eficiencia energética y sustentabilidad ambiental.

Argentina es un país urbano, con mucho campo y bastante bosque. El 95% de su población vive en construcciones con alta conductividad térmica (ladrillo, cemento, hierro y chapa), en ciudades casi desprovistas de vegetación, en las que el asfalto y el cemento funcionan como enormes acumuladores de calor en verano y emanadores en invierno. Cuando cerramos la puerta de casa, no nos aislamos del mundo, todo lo contrario.

En invierno, el calor de nuestro hogar será transportado por paredes, techos, ventanas y pisos para calentar al mundo, como un pequeño tributo al cambio climático que tanto nos preocupa.

En verano, los más afortunados prenderán su acondicionador de ambiente para frenar el calor que entra por paredes, ventanas y techos, consumiendo electricidad producida a base de gas o carbón. La importación energética debido al frío del invierno es una de las principales causas de nuestro descalabro presupuestario según los economistas de moda, y lo volverá a ser el próximo verano, debido al calor! El que tiene un termo sabe que la aislación funciona en ambos sentidos.

Si no aislamos bien se enfría el agua del mate y calienta la cerveza. La madera es el material estructural con menor conductividad que tenemos a mano, renovándose si manejamos nuestros bosques.

Con la incoherencia que nos caracteriza, pensamos que nos falta energía, no que la desperdiciamos. Para aumentar nuestro consumo, salimos a buscar inversores que nos ayuden a bombear más gas y petróleo, prometiéndoles dólares baratos.

Política de estado, pedir ayuda para seguir participando de la fiesta mundial de emisiones mientras nos empobrecemos construyendo gasoductos que nos permitan seguir derrochando energía en invierno y verano, mientras dejamos abandonados los 30 millones de hectáreas de bosques nativos que aún no hemos convertido a campos agrícolas en los rincones olvidados de la Secretaría de Ambiente y Desarrollo Sustentable, esperando el próximo incendio que generará un nuevo aporte de calor y carbono a la atmósfera, en vez de manejarlos.

Veamos una realidad patagónica. En Bariloche, la mayoría de la clase media y alta vive en casas de madera (ups…), calefaccionadas con gas de red en tanto que gran parte de las familias con necesidades básicas insatisfechas depende del «Plan Calor», que cubre menos del 10% de sus necesidades térmicas. En las tomas, sistema generalizado de crecimiento urbano, las casas son casi todas de madera, en tanto que el Instituto de Planificación y Previsión de la Vivienda construye «viviendas sociales» de ladrillo y hormigón. Planificación definida en la Capital Federal del derroche energético, subsidiada por la energía que llega del resto del país, desierto de políticas regionales.

Lo que queda de la población rural rionegrina sigue construyendo en madera, tanto por tradición como por convicción. Con mayor o menor aislación según criterio y bolsillo. Aquí el estado Provincial ha encontrado un modo más sutil de generar dependencia, instalando chanchas de gas envasado a la mayoría de la población rural que, en Río Negro pero también en el resto del país, califica como con necesidades básicas insatisfechas, ya que carece de red de distribución de gas, cloacal y agua, cobertura de celular, y servicios médicos cercanos. En otro artículo, trataré de analizar algunos de estos criterios, formulados desde una óptica urbana, para ver si son aplicables a entornos rurales.

Pero ya que estamos con la madera, quiero contarles que hasta hace unos pocos años, el valle en el que vivo producía madera y leña para sustentarse y proveer parte de la demanda de Bariloche. Hoy sus escuelas y muchos hogares se calientan con gas traído en camión desde Neuquén, pagado con las regalías provinciales. Política de «desarrollo social» que redujo el uso de un combustible renovable producido localmente por sus pobladores para que siga acumulándose en el bosque, ¡lo que aumentará la extensión y severidad de futuros incendios! Coherentemente con la política energética provincial, todas las construcciones públicas de la Comuna son de ladrillo y se calientan con gas envasado.

Mientras tanto, el Servicio Forestal Andino duerme una interminable siesta, sin recursos humanos ni interés aparente por implementar o al menos fomentar una política de manejo del bosque. ¿Tal vez el gobierno provincial prefiera que se quemen? Por falta de ejecución a nivel provincial ya se perdieron 15 años y muchos millones de pesos enviados por el gobierno Nacional y destinados a los productores para fomentar el cuidado y manejo del bosque nativo. Los perdedores: el bosque, sus habitantes y el medioambiente.

Hoy debería dedicarme a aislar mejor mi casa de madera, para bajar el consumo de la leña que traje del bosque que manejo y disfruto cada vez que puedo, pero prefiero soñar con un país en el que empecemos a comprender que el cambio climático tiene que ver con lo que consideramos «condiciones dignas». Y que esa comprensión no lleve a frustración sino a cambios profundos nuestro estilo de vida, así como en la relación entre seres urbanos y rurales.

Seguimos vaciando al país de personas y recursos renovables, perdiendo lo que queda de ruralidad para concentrar servicios sociales y oportunidades en centros urbanos rodeados de cinturones de pobreza. Allí encontraremos personas dignas que alguna vez soñaron con mejorar sus condiciones de vida y quedaron atrapadas en un laberinto al que nuestro sistema de «Desarrollo Social» no parece dar más solución que la continuidad de «Planes Sociales». ¿ Cuál será el «plan» que realmente sirva para generar «desarrollo social» en vez de dependencia? ¿Cómo se llevan la dignidad con la dependencia energética, alimentaria y habitacional?

Creo que la dignidad poco tiene que ver con nuestras casas sino que refleja la relación que tenemos con nosotros mismos, nuestro entorno familiar, laboral y ambiental. Confundimos soberanía energética con fracking, soberanía alimentaria con la tarjeta Alimentar y «precios cuidados» y casas de madera o ruralidad con precariedad y pobreza. Para mí, soberanía y dignidad van de la mano, tienen que ver con nuestra capacidad de sustentarnos y en la medida de lo posible ayudar a otros, vivir como predicamos, no engañar y no aceptar el engaño. Pedir ayuda cuando nos caemos y darle una mano a quien se cayó.

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