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2022-06-25 05:00:52 By : Ms. FCAR DIAGNOSIS

La extraordinaria ola de calor que la semana pasada golpeó la península Ibérica y las Baleares ha dejado un reguero de temperaturas récord y días sofocantes. Pero también es otro recordatorio de lo que ocurrirá con más frecuencia a partir de ahora debido a un cambio climático que en estos momentos no se puede revertir, aunque sí mitigar. La enorme cantidad de gases de efecto invernadero que ha emitido el ser humano ya permanecerá durante décadas en la atmósfera, con lo que el calentamiento no cederá de momento. “Tenemos que adaptarnos”, recordaba el viernes la Organización Meteorológica Mundial (OMM) al referirse a la “inusualmente temprana e intensa” ola de calor que ha golpeado a Europa.

Esta agencia vinculada a la ONU puso el acento en la peligrosidad de las olas de calor en las ciudades, cuyos habitantes “son particularmente susceptibles debido al llamado efecto de isla de calor urbano que magnifica los impactos en comparación con el campo, donde hay más vegetación”. Un reciente estudio del servicio suizo de meteorología cifraba en seis grados Celsius la diferencia de temperatura entre una ciudad y los entornos rurales. Otros análisis apuntan a diferencias incluso de 10 grados.

Muchas ciudades del mundo están tomando medidas ya frente a las temperaturas extremas. “Las Administraciones han de tener claro qué tipo de ciudades quieren, un modelo de ciudad”, señala Ángela Baldellou, directora del Observatorio 2030 del Consejo Superior de los Colegios de Arquitectos de España. Baldellou apuesta por una “visión integral” para evitar casos como el de Madrid, donde la planificación municipal conviven proyectos como el de la reforma de la Puerta del Sol —que no contempla vegetación ni sombra alguna— y el proyecto del Parque Central, que pretende crear una gran área verde en la zona norte.

Estas son algunas de las medidas que los expertos recomiendan para hacer las ciudades y sus habitantes más resistentes a las temperaturas extremas.

Cuando hace un año una tremenda ola de calor golpeó la costa oeste de Norteamérica, las imágenes de los centros de refrigeración en EE UU y Canadá dieron la vuelta al mundo. Contar con planes de respuesta ante este tipo de eventos es una de las recomendaciones del grupo C40, una red de grandes urbes del mundo que colaboran frente a la crisis climática. Esos planes deben incluir sistemas de alerta para la población y los llamados refugios climáticos, “espacios públicos o privados, como bibliotecas, museos o parques, que las ciudades instalan temporalmente para ofrecer un refugio de refrigeración a los ciudadanos”. “Las ciudades deben dar a conocer la ubicación de estos centros antes y durante una ola de calor, por ejemplo, mediante vallas publicitarias, aplicaciones telefónicas o mensajes de texto”, explica la red C40. Toronto, Nueva York y Washington D. C. disponen de aplicaciones digitales para informar a la población de la ubicación de estos refugios cuando se produce una ola de calor.

Pero las medidas de adaptación no solo deben ser coyunturales, también deben ser estructurales. Y muchos expertos miran a los tejados y azoteas de los edificios. La arquitecta Baldellou explica que “el 80% del parque residencial en España está formado por bloques de edificios que, en su mayoría, acaban en cubiertas planas no transitables tipificadas como zonas comunes y sin uso específico”. “Son la parte más expuesta al sol en verano y al frío en invierno”, añade. “Los jardines en las terrazas o tejados de los edificios son muy beneficiosos, por una parte retienen CO₂ y por otra impiden que dé el sol, retienen el agua y bajan la temperatura”, señala por su parte Mariano Sánchez, jefe de Jardín y Arbolado del Real Jardín Botánico. “Para ello se usan plantas suculentas, como los sempervivum y los sedum, que apenas necesitan agua”, prosigue este botánico. En algunos países, como Dinamarca, la norma ya contempla instalar cubiertas verdes en los edificios nuevos, y también hay planes de terrazas vegetales en Róterdam y París.

Pero, en ocasiones, simplemente basta con pintar de blanco los techos o cubrir los tejados con láminas, tejas o tablillas reflectantes, para que reflejen más luz solar y absorban menos calor. Estas medidas no solo ayudan a bajar las temperaturas en el interior de los edificios, sino también a reducir su consumo energético en hasta un 20%, según recuerda la red C40.

Alrededor del 40% de la superficie de las ciudades está cubierta por pavimentos convencionales, como el asfalto, que “alcanzan temperaturas máximas en verano de hasta 65 grados Celsius y calientan el aire que hay sobre ellos”, según los informes de C40. Son uno de los principales causantes del efecto isla de calor. Y entre las medidas que algunos expertos proponen para amortiguar este efecto está emplear colores más claros para crear superficies más reflectantes. Hace unos años, la ciudad de Los Ángeles realizó una prueba piloto: pintó el asfalto de varios tramos de calles de color blanco. Y se registró una reducción de hasta cinco grados Celsius de la temperatura en las áreas pintadas.

“La ciudad pavimentada es un horno”, resume José María Ezquiaga, Premio Nacional de Urbanismo. “Hay que limitar el asfalto en la ciudad solo a las calles de mucho tránsito. Los aparcamientos pueden hacerse con pavimento poroso que permita filtrar el agua. Los adoquines son una buena solución para calles con poco tráfico. Y deberíamos volver a dar protagonismo a la arena, la tierra y las praderas en muchos más espacios”. Una opción, por ejemplo, sería convertir los alcorques de los árboles —los huecos de tierra entre la acera— en largos arriates, lo que aumentaría el espacio de tierra, que mejora el drenaje del suelo y permite que crezca la vegetación baja, como hierbas y arbustos. Otra opción sencilla es recuperar los bulevares con grandes parterres verdes.

“Los árboles tienen que ser lo más grandes posible para dar sombra, pero si los plantas muy juntos se molestan, hay que podarlos y pasan uno o dos años sin dar sombra”, dice Mariano Sánchez, del Real Jardín Botánico. Por eso, su opción es plantar árboles grandes a unos 10 o 12 metros unos de otros y, entre medias, especies más pequeñas de arbustos. Las especies dependen del lugar y el clima —no es lo mismo el norte que el sur—, pero apuesta por el fresno, el plátano, la encina, el araar, el pino, el alcornoque y la jacaranda. “Tendremos que empezar a plantar también árboles africanos, como los cedros, porque nuestro clima cada vez se va pareciendo más al del norte de África. Y hay especies como los tilos, los castaños de indias y los arces que no se van a adaptar a las nuevas temperaturas y desaparecerán”.

Baldellou aboga también por la “regeneración urbana de los barrios” ampliando “las superficies peatonales, mejorando la movilidad y apostando por ciudades policéntricas en las que la mayor parte de nuestros desplazamientos se realicen sin necesidad de vehículos”, las llamadas ciudades de 15 minutos, donde todas las necesidades básicas deben satisfacerse a menos de un cuarto de hora a pie o en bicicleta desde el domicilio. Este diseño urbano reduce el número de vehículos y de asfalto en la ciudad, lo que contribuye de nuevo a rebajar el efecto isla de calor.

Pero la mayoría de las grandes zonas verdes se ubican en la periferia de las ciudades. Por ello, el urbanista Ezquiaga apunta a los llamados “dedos verdes”: corredores naturales que conectan la ciudad con esos parque periféricos. “Copenhague creció así, pero algunas ciudades lo están haciendo a posteriori. En España, el ejemplo más interesante es Vitoria”, dice. David Lois, investigador en Transyt-UPM, cree que estos espacios verdes deben llegar a todas las áreas de la ciudad, incluso a plazas pequeñas de barrios periféricos: “Los microparques urbanos ayudan a adaptar la ciudad frente a los efectos de la emergencia climática, ayudan a retener humedad e incitan a caminar”. Lois pone como ejemplo París, que está levantando calles enteras para quitar tráfico y poner árboles, algo que va a hacer también con su bulevar periférico (una especie de M-30). Otra idea es cubrir de verde espacios que hasta ahora no se solían aprovechar, como las losas para soterrar el ferrocarril: es lo que está haciendo AldayJover en la nueva diagonal verde de Barcelona —que construirá un gran bosque urbano sobre el hormigón en la Sagrera— y lo que proyecta Madrid Nuevo Norte en su futuro Parque Central.

Iñaki Alday, decano de la escuela de arquitectura de Tulane, en Nueva Orleans, considera “urgente” recuperar “los ríos urbanos como elementos vivos, con sus bosques de ribera y sus ecologías”. Eso fue lo que hizo el estudio que codirige, AldayJover, en proyectos pioneros como el parque de Aranzadi de Pamplona. “Era un meandro agrícola en decadencia que recuperamos como parque urbano con un gran río interior, el bosque inundable. Cuando el río crece se desborda de forma controlada y evita catástrofes. Una o dos veces al año se inunda, pero el resto del tiempo lo usa la gente como parque urbano”. Esas inundaciones empapan el terreno y recargan el nivel freático del subsuelo, un proceso con el que además se refresca la ciudad. Su estudio hizo lo mismo en el parque del Agua de Zaragoza.

“En los últimos 100 años hemos sido muy poco respetuosos con el agua, pero hoy el planteamiento es el contrario, hay que hacerla presente en la ciudad”, apunta Ezquiaga. Esto supondría llevar cursos de agua a parques y jardines, pero también contar con las fuentes como elemento que refresca el ambiente y baja las temperaturas. “Cualquier fuente ornamental ayuda frente al calor, pero hay otros modelos que incluso permiten refrescarse a los ciudadanos. En Medellín está el jardín de los Pies Descalzos, que tiene unos chorritos de agua que salen del suelo y en verano es un paraíso para los niños, que van a bañarse y jugar”, apunta.

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